miércoles, 4 de agosto de 2010

CAPITULO 5:

Al entrar algunas de las mujeres que estaban frente a los lavabos retocándose el maquillaje se quejaron y se fueron cabreadas. Habia 6 váteres. Separados con paredes laterales. La puerta no llegaba al suelo de forma que se podía mirar los libres y los ocupados. Las paredes y las puertas que rodeaban los váteres tampoco llegaban hasta el techo, había un espacio de poco más de un metro.
Mario se agachó con dificultad y comenzó a mirar por debajo de las puertas. En la primera vió unos tacones rojos. En la segunda unas sandalias marrones. En la tercera unos pies descalzos con heridas (debido a los tacones) que se encontraban a la derecha de los pies. Pero al agacharse de nuevo vió algo distinto en la cuarta puerta, no eran pies lo que habia, eran piernas, muslos, y también una mano, que caía vagamente entre los muslos. Parecía puesto a caso hecho, para censurar lo que había entre ellos. Mario que estaba hecho un pícaro se movió un poquito hacia la derecha y asi logró ver un trozito de la tela de las bragas, pero a pesar de ello no se atrevió a meter la mano por debajo de la puerta. Cuando miró hacia arriba para levantarse una señora lo miró con cara de asco, le dió con el bolso en la cabeza y le dijo algo así como pervertido, y se marchó. Mario se levanto y comprobó que el váter de al lado se encontraba libre. Finalmente meó, y después se subió en el borde de la taza para asomarse por arriba y comprobar que hacia allí esa chica. Al asomarse vió a una chica de no más de 25 años, morena de piel, y con el pelo castaño y largo. Marió le habló pero no obtuvo respuesta, asi que decidió, jugar un rato a ser escalador y se metió en el baño de la chica saltando la pequeña pared. Mario bajó y le sujeto la cara con una mano y comenzó a darle pequeñas sacudidas. Ella abrió los ojos y él aprovecho para preguntarle que quien era. Ella se limitó a contestar.
- No lo sé. Llévame contigo.
Y se enganchó con fuerza a su cuello. Él la cogio en brazos, abrió el pestillo y salió de allí. Después se abrió paso por el pub repitiendo en voz alta a la gente que lo miraba mal que su hermanita había bebido de más.
Una vez fuera la tumbó en un banco e intentó que ella le dijera su dirección para llevarla a casa. Pero la mayoría de veces no reaccionaba, y cuando lo hacía solo repetía que la llevara con él. Mario dudó durante bastante rato que hacer. Si dejarla allí, dejándola correr su propia suerte. Si comentárselo a alguien que pasaba por allí y librarse él del asunto. O si llevársela a casa. Ninguna de las ideas le gustaba aunque al final se quedó con esta última. La llevó como bien pudo, y la acostó en su cama. Decidió no desnudarla para respetar su intimidad. Pero al ponerla en la cama el vestido azul se escurrió levemente y de lo que antes vió un trozo logró ver la tela completa. Rapidamente subió la sábana como si nada hubiera pasado, y se fue al sofá a dormir, o al menos, a intentarlo.
Dafne no durmió esa noche en su cama. Mario, tampoco.

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